El pesimista perspicaz (y el por qué ser optimista a pesar de todo)
No se puede negar: el pesimista suena como una persona informada. Y lo escuchamos. ¿Por qué nos ocurre? La aversión a la pérdida y por qué aún así prefiero ser optimista.
“Mi teoría es que preferirías ser optimista. Creo que prefiero ser optimista y equivocado que pesimista y acertado. Porque si eres pesimista, serás miserable”. Elon Musk
El pesimismo es verdaderamente especial. Las personas que nos explican porqué todo irá de mal en peor suenan especiales, capaces de conectar hechos, relacionarlos y llegar a sus propias conclusiones, en fin… parecen personas inteligentes. Y eso cautiva.
Esta realidad es más que notoria en Argentina. Las buenas noticias no abundan. Terminamos con la inflación anual más alta del planeta, la pobreza está en niveles jamás pensados y nos dicen que lo que viene será peor (hasta que “si todo sale bien y los planetas se alineen” finalmente mejore). Ni hablar para la salud. Los últimos años han ido de mal en peor y las perspectivas de mejora son inciertas en el mejor de los casos.
En cualquier canal de noticias no dejaremos de ver noticias negativas. ¿Por qué? La primera razón es porque es innegable que estas noticias tienen una dosis importante de realidad. La situación en nuestro país es muy complicada y nadie puede negar esto. Pero hay un motivo adicional y es que las malas noticias cautivan y atrapan. Y esto es, entre otras cosas, porque las personas presentamos lo que se llama sesgo de negatividad.
El sesgo de negatividad se refiere a la tendencia psicológica de dar más peso o importancia a la información negativa que a la positiva al procesar, recordar o evaluar experiencias, situaciones o personas. Este sesgo puede influir en la toma de decisiones y en la formación de juicios, ya que las personas afectadas por este sesgo tienden a enfocarse más en los aspectos negativos de una situación, incluso cuando también hay elementos positivos presentes.
Es similar al concepto de aversión a la pérdida o loss aversion que se refiere a la tendencia de las personas a valorar más evitar las pérdidas que obtener ganancias equivalentes. Este fenómeno implica que la sensación de perder algo tiene un impacto emocional más fuerte que la sensación de ganar algo de igual valor. Este concepto fue introducido por Daniel Kahneman y Amos Tversky como parte de lo que llamaron teoría prospectiva.
Es inevitable pensar en las opiniones de los expertos que nos presentan fatalidad y oscuridad como el inevitable camino para el futuro. Los expertos pesimistas resaltan posibles riesgos y desafíos, lo que se interpreta como un enfoque reflexivo. Siempre implican un análisis detallado de los problemas y desafíos potenciales. Y es este nivel de detalle puede percibirse como un mayor entendimiento del tema. Automáticamente nos viene a la cabeza: ¿cómo esta persona puede analizar y relacionar tantos datos?
Por el contrario, ¿en qué vende ser optimista? ¿En qué llamaría la atención decir que de a poco las cosas irán mejorando? En nada. Parece un vendedor que quiere vender lo invendible. Optimismo no es creer que todo va a estar bien de una manera desconectada de la realidad. Optimismo es creer que la probabilidades de que las cosas vayan a estar mejor en el futuro son más altas que las probabilidades de que vayan a estar peor.
En el libro The rational optimist, Matt Ridley argumenta que a lo largo de la historia, la colaboración, el intercambio y la innovación han llevado a mejoras significativas en la calidad de vida humana. Se centra en cómo el intercambio de ideas y bienes ha impulsado el progreso, y sostiene que el optimismo basado en la razón es justificado debido a la capacidad de la humanidad para resolver problemas y adaptarse. Pensar en todo lo que ocurrió desde el 2020 con la pandemia del COVID-19 hacia acá, nos llena de ejemplos acerca de lo que estoy diciendo.
La evolución no sigue una trayectoria lineal. Es lineal hasta que ciertos acontecimientos inesperados desplazan la trayectoria en un diferente plano. No siempre el desplazamiento es positivo, pero a lo largo del tiempo lo que Ridley menciona en su libro, la colaboración y en especial la innovación, hacen que el nuevo estado sea mejor que el anterior.
Escuchar expertos hacer predicciones sobre lo mal que van a salir las cosas es escuchar personas que creen que saben de algo de lo que realmente no saben. Y ese es el peor de los riesgos: creer que se sabe lo que no se puede saber. La economía es una disciplina que particularmente se presta para este tipo de análisis. Me encanta ver cómo los analistas predicen cosas que rara vez se cumplen. E insisten, una y otra vez. Y lo peor es que se les da cámara y se les escucha. Esto no significa que no debemos prepararnos para atravesar las dificultades que siempre aparecerán en nuestro camino. Pero hay cosas que no sólo no están bajo nuestro control, si no que no son predecibles de manera alguna.
Es por esto, que en lo personal prefiero ser un optimista. No encuentro beneficio alguno en ser pesimista. Obviamente que entiendo los riesgos y las dificultades que atravesamos como sociedad y país, pero aún así considero que las probabilidades están a nuestro favor. En este entorno, donde las noticias negativas captan más la atención, optar por el optimismo implica reconocer la complejidad de los desafíos mientras mantenemos la confianza en nuestra capacidad para superarlos. Al adoptar una perspectiva más positiva hacia el futuro, abrimos puertas a nuevas posibilidades y contribuimos a construir un camino hacia algo más positivo y prometedor.
Ser optimista no es una posición ajena a la realidad, sino una elección consciente, un mindset, de enfocarnos en soluciones, innovación y colaboración para construir un futuro más esperanzador.
Y vos… ¿Qué preferís ser?
excelente articulo